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Hallazgo arqueológico en México revela dieta de militares españoles en siglo XVIII

Actualizado a las 04/06/2013 - 12:45
El hallazgo de vestigios arqueológicos, en el Fuerte de San Juan de Ulúa, en el estado mexicano de Veracruz, han permitido conocer aspectos sobre la alimentación de los militares españoles que habitaron en esta fortificación durante el siglo XVIII, informó hoy el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
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El hallazgo de vestigios arqueológicos, en el Fuerte de San Juan de Ulúa, en el estado mexicano de Veracruz, han permitido conocer aspectos sobre la alimentación de los militares españoles que habitaron en esta fortificación durante el siglo XVIII, informó hoy el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

La arqueóloga Judith Hernández Aranda, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), informó que los restos óseos de diversas especies animales encontrados en el foso del Fuerte han dado pauta para calcular las cantidades de carne que comían desde un alto mando militar hasta un modesto soldado.

Entre los hallazgos se identificaron casi 7.000 fragmentos de huesos de vaca y cordero que fueron cortados en porciones estandarizadas, lo que concuerda con las cantidades asignadas a los habitantes de la fortaleza según su jerarquía.

La investigadora del INAH en Veracruz, especialista en arqueología histórica, destacó que en los comparativos que se han realizado, basados en los hallazgos arqueológicos y en las fuentes históricas existentes, se determinó que un militar, un ingeniero o un médico podía comer 300 gramos de carne, mientras que un soldado de rango menor sólo tenía derecho a 60 gramos.

A dicha ración de carne se le sumaban las menestras, que eran una especie de sopa preparada con haba, garbanzo, frijol y arroz, además de una porción de pan, que también, dependiendo de su jerarquía, podía ser de 224 hasta 700 gramos, repartida en tres alimentos por día.

Hernández reveló que para afrontar un asedio de seis meses, los ingenieros hacían estimaciones para mantener abastecida a la guarnición militar y las enviaban al gobierno virreinal para que les surtiera las provisiones.

Así, por ejemplo, en 1779, para 1.340 hombres se requerían unos tres metros cúbicos de sal, que se usaban tanto para cocinar como para la salmuera de la carne o para conservar 12.000 huevos entre capas de arena con sal para los enfermos del hospital.

En la dieta de los altos mandos se incluían chorizos, vino, aguardiente y jamones.

Sobre el abasto de agua, la arqueóloga mencionó que contaban con aljibes de mampostería (cisternas) que les permitían recolectar la lluvia, pero para almacenarla se seguían muchos métodos que garantizaban la limpieza del vital líquido, pues de ello dependía la salud de la población en el Fuerte.

En esta investigación, dijo, no sólo se ha encontrado detalles de la alimentación de los militares y otros habitantes de alta jerarquía, sino también de los forzados, que eran prisioneros obligados a trabajar en la fortificación.

Sobre la alimentación y vestimenta de un forzado, señaló que tenía derecho en el desayuno y la cena a una galleta de 2 onzas (56 gramos), arroz, garbanzo y a veces carne, mientras que su vestimenta constaba de dos uniformes al año (pantalón y camisa), una correa y un sombrero.

Hernández Aranda, experta en arquitectura militar, expresó que su investigación sobre la alimentación de los militares formará parte de un libro que abordará los más de 350 años de construcción del Fuerte de San Juan de Ulúa, el cual que espera esté listo para mediados del año próximo.

La arqueóloga indicó que seguirá trabajando en la historia de la fortificación y se prevé que en junio próximo se comience una nueva temporada de campo en el baluarte de San Pedro, sitio que ha sufrido muchas modificaciones.

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