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GARCÍA MÁRQUEZ: SEDUCIR LO TELURICO

Actualizado a las 21/04/2014 - 14:26
Así es el Gabo que yo conocí: un permanente seductor de lo telúrico.
Palabras clave:García Márquez,Gabo
GARCÍA MÁRQUEZ: SEDUCIR LO TELURICO

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Por Yasef Ananda

“Nadie sabe lo que sabe, hay que sucumbir a los desvelos de la intuición y entonces lo telúrico se dejará seducir… escribir es así de aventurero”, me susurra el Gabo, como si pensara en voz alta. Es Diciembre en La Habana y estamos juntos en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Hablamos de muchos temas, del clima, de mi familia, del vigor de los jóvenes cineastas latinoamericanos. Nos acompaña otro querido maestro, el cineasta argentino Fernando Birri. De golpe, y aprovechando que los mayores se han entretenido y han dejado al Gabo por un instante “indefenso”, intento –vanamente- definir un secreto indefinible y me reitero preguntando sobre la virtud esencial que necesita tener un joven narrador para llegar a escribir como él , pero esta vez le exijo que sea concreto. “Tú no podrás escribir nunca como yo, ni yo jamás podré escribir como tú. Escribir es una aventura personal, solitaria, pero que tiene que conectarse con el cosmos más palpable, más sensorial del universo humano, así las palabras pueden llegar a tener la vida y el aliento necesarios. Hazlo así, y te vas a olvidar de mi”. Sin quererlo, negándose, el Gabo acaba de convertirse en mi maestro, en la brújula literaria imprescindible. Con su aforismo por respuesta dinamita la creación, implosiona al escolar sencillo que soy. Es diciembre del 94. Un año después, se filmaba en India Unicornio, el jardín de las frutas, mi primer guión de ficción sobre el poeta persa Omar Khayyam, donde el “realismo mágico” oriental ejerce una locuaz fascinación.

Pero no es hasta el 2001 que puedo reencontrarme con Gabo y seguir reflexionando sobre los misterios de la creación artística. Yo formaba parte de un grupo de estudiantes latinoamericanos de maestría en guión cinematográfico de la Universidad de Bergen, y por aquel entonces estudiábamos en la prestigiosa Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, que Gabriel había fundando en Cuba junto a otros destacados cineastas latinoamericanos. Lo rodeamos a la salida del primer encuentro creativo. No lo dejábamos descansar, a pesar de que sabíamos que había estado convaleciente por un largo período. Algunos estudiantes le pedían autografiar sus novelas, otros le preguntaban por su salud, los más tímidos se limitaban a contemplarlo hablar como se admira la mar sonora o la cercana montaña donde llueve. Por aquel entonces, ya era un hombre viejo, con unas alas enormes... pero su energía verbal y su impulso creativo no se habían extinguido. Y con esa gran sonrisa de iluminado terrenal que siempre admiré en el Gabo, nos impulsaba - sin dogmas ni recetas- a discernir dentro de cientos de situaciones dramáticas posibles, la situación dramática distintiva que una vez bien identificada, haría de nuestro relato una narración extraordinaria. “Entrenar a la pupila” era la manera de ejercer el Gabo su magisterio entre nosotros. Todos lo sabíamos. Era un privilegio disfrutar de la vecindad de García Márquez. Era una gran fortuna poder dialogar sobre literatura, creación y oficio con el autor de “Cien años de soledad”. Momentos que ahora, en China y con la noticia fatal de su muerte bajo el brazo, agradezco con mucha gratitud y profundo respeto.

La última vez que -por azar- nos encontramos, fue en un concierto del gran pianista cubano Chucho Valdés. Al terminar el concierto, le busqué para regalarle mi poemario “La tarde elemental“, que recién se había editado en España. El Gabo me increpa y me dice: ¿Más poesía? ¿Y tu primera novela cuando me la vas a regalar?

Abrió el poemario y leyó en voz alta – al azar, como siempre- el último poema del librito.

Nadie sabe lo que sabe/ dijo antes de morir el hombre más viejo de mi pueblo/ y a cada joven regaló una moneda/ después hizo como que se murió y hubo que enterrarlo/ Antes de escuchar su confesión, solíamos aburrirnos los domingos.

Se queda un rato en silencio. Temo que no le haya gustado mi más reciente poesía. Sorpresivamente, vuelve y recita lento Solíamos aburrirnos los domingos…. El Gabo se guarda el libro en su chaqueta. Mercedes le apremia. Hay que saludar a otros amigos que acaban de llegar. Antes de irse, me reta: Solíamos aburrirnos los domingos…. si resuelves ese misterio, tendrás una curiosa novela sobre un Lunes.

Así es el Gabo que yo conocí: un permanente seductor de lo telúrico.

El autor Yasef Ananda es cineasta y poeta cubano y actualmente cursa estudios superiores en la Academia de Cina de Pekín.

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