BEIJING, 21 abr (Xinhua) -- El primer ministro japonés, Shinzo Abe, ofreció este lunes un sacrificio al polémico santuario Yasukuni, lo que representa otro acto provocador prejudicial para la estabilidad regional.
Con la llegada del presidente estadounidense, Barack Obama, prevista para el miércoles como parte de una visita de tres días a Japón, la donación del premier nipón no es menos que una bofetada al líder del principal aliado japonés.
Es seguro que Abe lo entiende. Hace menos de cuatro meses, su visita a este mismo santuario no sólo enfureció a China y la República de Corea, sino que también hizo que Washington manifestara explícitamente su decepción e instara a Tokio a mejorar las relaciones con sus vecinos.
Sin embargo, Abe y un puñado de otros altos políticos japoneses se aferran al negacionismo histórico y continúan guiando a su país por un camino derechista evocador del militarismo, que inevitablemente tensará aún más las relaciones de Tokio con Beijing y Seúl.
Con Japón y la República de Corea como importantes aliados de EEUU y siendo China un peso pesado con el que Estados Unidos se ha comprometido a construir un nuevo tipo de relación entre grandes potencias, la conducta peligrosa de Abe supone una amenaza real para los intereses estadounidenses.
El propio Estados Unidos fue víctima de los estragos causados por el fascista Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso resulta indispensable que Washington se una a la comunidad internacional para condenar las ofensas de Abe y evitar que Japón caiga nuevamente en el abismo de la autodestrucción.
Aún más importante, deberá reconsiderar su política hacia Japón, que durante años ha estado caracterizada por un apoyo sin principios hacia un aliado indisciplinado a costa de intereses generales tanto del propio EEUU como de la región.