Este jueves se conmemora el 68 aniversario de la rendición incondicional de Japón al final a la Segunda Guerra Mundial, una ocasión apropiada para recordar a todo el mundo los horrores de la guerra y el valor de la paz.
Teniendo en cuenta las recientes declaraciones y acciones realizadas por varios políticos japoneses, así como el viraje a la derecha en el clima político de ese país, resulta imperativo que Tokio enfrente con seriedad su pasado y aprenda con sinceridad de la historia.
Durante este sangriento segmento de la historia, el Japón militarista perpetró atrocidades espeluznantes como masacres, violaciones en grupo, trabajo forzado y esclavitud sexual en los países vecinos, las cuales fueron numerosas e innegables.
El militarismo también se abrió camino a través de Japón. Más de 200.000 personas murieron instantáneamente a causa de las dos bombas atómicas lanzadas contra las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial, que posteriormente provocaron muchas más muertes terribles debido a los efectos de la radiación.
Todos los hechos nos recuerdan, de manera cruel, que los militaristas japoneses no sólo causaron enorme dolor a sus vecinos asiáticos, sino que también empujaron al inocente pueblo nipón al abismo.
Sin embargo, es obvio que algunos políticos japoneses hacen caso omiso de estas trágicas lecciones históricas al negar los crímenes de guerra, alterar la historia en los libros de texto escolares y honrar a criminales de guerra con sus visitas al polémico santuario Yasukuni.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, incluso se refirió al juicio de los crímenes de guerra japoneses durante la Segunda Guerra Mundial como una sentencia de los países vencedores, y se inclina a revisar la Constitución pacifista de Japón.
El viceprimer ministro, Taro Aso, incluso sugirió que Japón aprenda de la Alemania nazi para reformar su Constitución.
La reciente presentación del portahelicópeteros "Izumo", mismo nombre de un buque insignia involucrado en la guerra de agresión contra China en la década de 1930 del siglo pasado, ha desnudado una vez más la ambición de Tokio para liberarse de las restricciones constitucionales y expandir su ejército.
Durante muchos años se ha incluido inalterablemente el tema de apreciar la paz en las ceremonias para conmemorar el aniversario del bombardeo atómico en Japón.
El gobierno nipón debe conocer una verdad muy simple: la mejor forma de recordar a los muertos en la guerra consiste en evitar la repetición de la tragedia, y la mejor forma para evitar la repetición de la tragedia consiste en llevar a cabo esfuerzos sinceros y concretos para cesar los actos contraproducentes y recuperar la confianza entre los pueblos de Asia y el mundo con el fin de mantener la paz lograda con mucho esfuerzo en la región.