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Evolución de G20 enseña una lección sobre orden mundial

Actualizado a las 07/07/2017 - 13:08
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BEIIJING, 7 jul (Xinhua) -- El Grupo de los Veinte (G20) fue, en otros tiempos, un complemento del Grupo de los Siete, un club exclusivo integrado por las naciones ricas que tomaba las decisiones en la arena internacional.

La crisis que estalló en 2008 hizo que esto cambiara y, ahora, el G20, mucho más representativo, se ha convertido en la principal tribuna de la gobernanza económica mundial.

La evolución de este mecanismo conformado por 20 naciones es muy elocuente. Indica, entre otras cosas, que el orden mundial dominado por Occidente que ha imperado durante 200 años debe renovarse.

Cuando terminó la Guerra Fría, muchas élites políticas y empresariales occidentales publicitaron sus instituciones políticas y económicas, una combinación de democracia y libre mercado, como la forma definitiva de gobernanza o, en palabras del politólogo estadounidense Francis Fukuyama, como "el fin de la Historia".

Sin embargo, el llamado "orden liberal mundial" atraviesa actualmente dificultades. En Europa, el "brexit", el auge de los grupos políticos de ultraderecha y los ataques terroristas cada vez más frecuentes siembran dudas sobre una mayor integración del continente.

Al otro lado del Atlántico, la marcha atrás de Washington en cuanto al cambio climático y el libre comercio, además de sus accidentadas relaciones con Europa y Rusia, entre otros muchos factores, han llevado a muchos a cuestionar el papel de Estados Unidos en el escenario mundial.

La preocupación occidental, no obstante, va más allá. Muchos en Europa y EEUU se han puesto nerviosos ante la creciente fuerza nacional de China y el refuerzo de su estatus internacional. Han tildado al país asiático de "usurpador en potencia" empeñado en derrocar el actual orden internacional.

Este tipo de pensamiento nace, entre otras cosas, de una mentalidad anticuada que se centra en la rivalidad geostratégica y en la reticencia a renunciar a las prerrogativas a las que Occidente está tan acostumbrado.

En la década de 1980, inquietó en Occidente la rápida expansión económica de Japón y se divulgó la teoría de que el país tenía un plan secreto para relevar a Estados Unidos.

Ahora no sería sorprendente que Occidente viese a China, un país con un sistema político y económico diferente, como un desafío mayor o incluso una amenaza.

Esta inquietud no tiene fundamento: se basa en una lectura incorrecta de las intenciones de China y está alejada de la realidad. El éxito económico del país asiático en las últimas tres décadas tiene mucho que ver con su integración en el mundo. Revertir el actual orden mundial no responde en absoluto a sus intereses.

Esto no significa, en cualquier caso, que el orden internacional dominado por Occidente deba continuar inmutable. Uno de sus grandes problemas es que tiende a preocuparse más por los intereses occidentales que por los del mundo en su conjunto.

El despliegue estadounidense del sistema antimisiles THAAD en Corea del Sur, que mina seriamente los intereses de seguridad estratégica de China, Rusia y otros países en la región, basta para ilustrar el arrogante tribalismo político de Occidente.

Otro gran problema es que en el actual orden mundial no se reflejan los derechos legítimos que tienen los países en desarrollo a crecer y modernizarse.

Cada vez hay más consenso internacional sobre la necesidad de mejorar el sistema de gobernanza mundial a fin de que sirva no solo a las naciones ricas sino a todo el mundo en su conjunto.

Con este fin, China ha propuesto construir "una comunidad de destino compartido" y ha empeñado esfuerzos concretos para materializar esa idea, como bien refleja la iniciativa de la Franja y la Ruta.

Beijing confía en tender puentes. China ha construido autopistas, vías ferroviarias y puertos que conectan diferentes partes del mundo a fin de contribuir a un desarrollo más sólido y compartido que beneficie a todos.

Occidente debería aceptar las tan necesitadas reformas y no aferrarse al pasado con el objetivo de evitar ser el sepulturero del viejo sistema que tanto aprecia.

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