Por Zhong Xuanli
Beijing,16/10/2018(El Pueblo en Línea)-Estados Unidos siempre ha sido el mayor beneficiario de la globalización económica. Como uno de las principales actores durante la segunda y tercera revolución tecnológica e industrial, ha percibido enormes beneficios debido a sus ventajas como primer núcleo comercial.
Con respecto a la producción industrial, los EE.UU ascendieron al lugar cimero del orbe en 1894. Treinta años más tarde, ya tenían casi la mitad de la reserva de oro del mundo. Este factor dimensionó su influencia financiera global.
La supremacía del dólar, instaurada después de la Segunda Guerra Mundial, no sólo aportó a los Estados Unidos beneficios económicos constantes, sino que también se convirtió en una herramienta para que el país transfiriera las crisis.
"Rechazar la globalización", escribió hace años un periodista norteamericano, "es como rechazar el amanecer". Sin embargo, los Estados Unidos de hoy encañonan al mundo con el aumento de las barreras comerciales y hacen caso omiso al mandato de la Organización Mundial del Comercio (OMC), desarticulando las reglas del libre comercio.
El vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, afirmó en un reciente discurso que "exigiremos que Beijing rompa sus barreras comerciales, cumpla sus obligaciones, abra plenamente su economía, tal como hemos abierto la nuestra".
Por otra parte, el vicepresidente habló –de forma extendida- sobre el proteccionismo comercial adoptado por Estados Unidos, alegando que su país ha fortalecido recientemente el Comité para la Inversión Extranjera, detalle que revela una intensificación del escrutinio sobre la inversión proveniente de otros países
¿Es lógico? A simple vista, el discurso del vicepresidente Pence se contradice.
Estados Unidos conoce bien los beneficios del libre comercio. Asimismo, es consciente de que la globalización económica no puede llevarse a cabo sin la participación de China.
Cuando en el año 2007 estalló la crisis de las hipotecas de primer nivel en su territorio – que más tarde derivó en una crisis financiera mundial- Estados Unidos enmascaró su arrogancia y se acercó a China en actitud negociadora, proponiendo iniciar una Cumbre del G20 que promulgara e implementara contramedidas al respecto.
Los hechos demostraron que las economías emergentes y los países en vías de desarrollo han contribuido notablemente a la recuperación de la economía mundial. Los Estados Unidos, confiandos por la eficiencia de este mecanismo, también comenzaron a reactivar su vigor económico, asegurándose entre el 2010 y el 2017 un crecimiento promedio que superó el 2 por ciento.
Sin embargo, después de la recuperación, los EE.UU patearon la escalera de ascenso. Cuando estaban en dificultades, compartieron los problemas con sus interlocutores comerciales y se encomendaron a los beneficios de la globalización económica y del libre comercio. Entonces, cuando aparecen signos inequívocos de recuperación económica, se presentan con la cara pálida y acusan a los demás de dañar el libre comercio.
Detrás de esta práctica reside la aspiración hegemónica y el visceral egoísmo de los Estados Unidos, encarnado en la política “Estados Unidos primero”. La consigna indica que para cumplir este objetivo, Estados Unidos hará lo que se le antoje, e incluso intentará derribar a sus competidores mediante cualquier artilugio, incluyendo la reciente estrategia de dinamitar el libre comercio internacional.
Entre las víctimas de la hegemonía estadounidense se incluyen la Unión Soviética, Japón -aliado estadounidense en los ochenta y noventa-, la actual Unión Europea, Canadá, México y Turquía, entre otros.
Por supuesto, esta no es la primera vez que Estados Unidos se vuelva hostil con un “compañero”.
La economía estadounidense prosperó después de la Primera Guerra Mundial, evidenciando un crecimiento económico anual promedio que ascendió a casi el 4 por ciento entre 1923 y 1929. En ese momento, su producción industrial representó el 48,5 por ciento de la producción total de los países capitalistas.
Sin embargo, las mercancías importadas se convirtieron en chivo expiatorio para la venta de las exportaciones estadounidenses. En 1930, inaugurando la Ley Arancelaria Smoot-Hawley, Washington aumentó los aranceles a más de 20.000 productos importados.
Desde el 40,1 por ciento de 1929, el promedio de la tasa arancelaria aumentó a 59,1 por ciento en 1932 haciendo caer las exportaciones estadounidenses de 5,2 mil millones a 1,65 mil millones de dólares, respectivamente. Como resultado, el volumen de comercio global se redujo de 36 mil millones a 12 mil millones de dólares.
En aquel entonces, la gran depresión -de la que apenas se libró- y las represalias de otros países contra Estados Unidos intensificaron aún más la crisis política y económica global. Como resultado, a través de las nuevas políticas emitidas por el presidente Franklin D. Roosevelt, el país tuvo que regresar al libre comercio.
En la actualidad, China es el mayor socio comercial de más de 120 países, entre los cuales los 15 primeros absorben casi el 70 por ciento de su volumen total de exportaciones. Además, hay 8 países y regiones que mantienen un superávit comercial con China.
Por otra parte, hay un gran número de países en desarrollo de Asia, América Latina y África que también mantienen un superávit comercial con China.
¿Si China practica los principios de la "economía saqueadora", por qué tantos países y regiones están dispuestos a llevar a cabo negocios bilaterales? ¿Cómo podrían esos países y regiones mantener un superávit comercial si el comercio de China tiene un carácter depredador?
Además, el argumento de que China se está aprovechando de los Estados Unidos en sus relaciones comerciales tampoco es dique que puede contener estas aguas.
Después que China se incorporara a la OMC, el comercio bidireccional entre los dos países experimentó un fuerte crecimiento. El volumen de las ventas de las empresas estadounidenses en China era de 45 mil millones de dólares en 2001. En el 2016 fue de 600 mil millones de dólares.
Gracias al rápido desarrollo económico de China y a su enorme potencial de consumo interno, muchas empresas estadounidenses lograron desarrollarse, e incluso revitalizarse.
Por ejemplo, la General Motors -que experimentó la reestructuración de la bancarrota durante la crisis financiera de 2008- colocó el 45 por ciento de sus negocios en el extranjero en territorio chino. Sus dos empresas mixtas registraron un ingreso de 27,99 mil millones de renminbi en 2017. De esta cifra, 13,33 mil millones de renminbi se inyectaron a la General Motors. Sin embargo, en el mismo período, la operación global de General Motors arrojó números rojos.
Las investigaciones del Instituto Peterson de Economía Internacional indicaron que, en el supuesto caso de que la fricción comercial con China se intensifique, Estados Unidos podría llegar a perder cerca de un millón de empleos.
Los avances tecnológicos y el incesante perfeccionamiento de la productividad son la fuerza motriz de la globalización económica. Esta dinámica, que jamás se basa en la unilateralidad de algún país o individuo, no es un activo privado.
El creciente proteccionismo comercial no es otra cosa que una infructuosa contracorriente que será incapaz de detener la pujante tendencia de la globalización económica.