BEIJING, 14 ene (Xinhua) -- Con la decisión británica de abandonar la Unión Europea y la elección del magnate neoyorquino Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos, parece que la tendencia hacia el proteccionismo ha estado cobrando cada vez más fuerza en Occidente.
No obstante, el viraje hacia las políticas y economías aislacionistas no debería ser interpretado como preludio del fin de la globalización, sino como una señal que pide una versión actualizada de esta gran tendencia, la globalización 2,0.
No puede negarse que la actual versión de la globalización, a pesar de los enormes logros que ha alcanzado en las últimas décadas, tiene sus puntos flacos. De lo contrario, el 2016 no hubiera sido un año en el que tuvieron lugar tantos eventos "cisne negro", consecuencia, según se considera, del estallido del descontento de la gente enfurecida y decepcionada.
La brecha cada día más amplia en la distribución de la riqueza es un defecto crítico.
Mientras el capital desempeña un papel cada vez más importante, los ricos se vuelven más ricos y los pobres, incluso más pobres. La masiva acumulación de riqueza se obtiene a través de la posesión de activos, en vez de a la diligencia o la inteligencia, lo que ha hecho del mundo un lugar menos justo.
Un mundo altamente integrado también da lugar a retos originados por los temas raciales.
Mientras la migración transfronteriza se ha tornado relativamente más fácil y frecuente, no es raro que tengamos un vecino nuevo de diferente etnia o un colega nuevo de distinta religión. Quizás esto no sea un problema cuando la economía funciona bien, pero uno no puede evitar preguntarse: "¿Quién se ha llevado mi queso?", con el dedo apuntando a los recién llegados.
Pero, al enfrentarse a una globalización "imperfecta", cerrar las puertas no ha sido ni jamás será una respuesta viable. Ni de lejos.
Para Estados Unidos, el compromiso de Trump de construir un muro en la frontera con México y forzar a éste último a pagarlo sólo agravará los problemas migratorios en el país.
Reino Unido, incluso antes de activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, ha visto la depreciarón de su moneda y, por eso, la posición de Londres como centro financiero internacional ha sido seriamente cuestionada.
En otras partes de Europa donde la antiglobalización ha cobrado impulso, también se han escuchado voces de rechazo. En Francia, se aprobó el pasado verano la prohibición contra el bañador "burkini" en alrededor de 30 ciudades, pero tras un debate público acalorado, fue anulada por los tribunales.
Para adaptar la globalización a las circunstancias actuales, el mundo debe lanzar su versión 2,0.
Esta nueva versión debe contar con un modelo de distribución más justo, con más países en vías de desarrollo que participen en el modelo y se beneficien de él. La polarización de la riqueza, una tendencia que amenaza la estabilidad y el desarrollo mundiales, debe abordarse de manera apropiada.
La integración, y no la separación, debe seguir siendo la tendencia principal. Sólo a través de incorporar efectiva y orgánicamente a todos aquellos con diferentes entornos, el mundo podrá avanzar a un ritmo saludable. En este sentido, se debe considerar una política migratoria más inclusiva, con directrices bien deliberadas y con más paciencia.
La globalización aún no se ha convertido en "el modelo ideal". No obstante, puede hacerlo con los esfuerzos conjuntos de todos.