El motivo detrás de la visita que este viernes el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, hará a la ciudad japonesa de Hiroshima puede parecer noble, pero en realidad no es más que otra oportunidad aprovechada por Washington y Tokio para lograr sus propios propósitos ocultos.
A primera vista, para una ciudad que fue la primera víctima de la historia de un ataque con bomba atómica, la primera visita de un presidente en activo del país que lanzó el arma aparece, de hecho, como "histórica".
Sin embargo, la naturaleza simbólica de la visita no pretende acercar a los dos aliados al sueño de desnuclearización de Obama; por el contrario, políticos tanto de Washington como de Tokio tienen, claramente, otros cálculos en su mente.
Al presidente saliente de EEUU la visita a Hiroshima le ayudará a asegurar otra muesca para su legado político. Será el primer presidente estadounidense en activo que visite una ciudad atacada con la bomba atómica, lo que se sumará a sus títulos ya logrados de primer presidente afroamericano, primer presidente en activo en ganar el Premio Nobel de la Paz tras la Segunda Guerra Mundial y primer presidente de EEUU que visita Cuba en casi 90 años.
Además, la visita a Hiroshima, que a ojos de muchos japoneses es un símbolo de la identidad del país como "víctima de la guerra", ayudará, aparentemente, a fortalecer los lazos entre Washington y Tokio, un pilar fundamental de la estrategia estadounidense del "pivote hacia Asia".
Es más, Hiroshima será un excelente púlpito para que Obama muestre su fuerte sentido de la responsabilidad hacia los aliados norteamericanos como presidente demócrata, ganando puntos para su compañera de partido Hillary Clinton, al tiempo que resta importancia a su oponente republicano, Donald Trump, con quien la exsenadora mantiene una carrera por la presidencia cada vez más igualada.
Tokio también tiene una agenda encubierta. Sacándose de encima el descontento popular a causa de la baja actividad económica y tratando de satisfacer su creciente apetito belicista, el Gobierno japonés, liderado por el primer ministro, Shinzo Abe, está desesperado por sacar provecho para lograr sus propósitos políticos.
Por ejemplo, Abe viene soñando con convocar unas elecciones parlamentarias anticipadas para facilitar sus esfuerzos de revisar la Constitución pacífica de Japón.
Abe, obviamente, cree que al acompañar a Obama a Hiroshima y presentarse junto a él mejorarán sus niveles de aprobación.
Además, dada la sensible identidad de Hiroshima, el Gobierno nipón trata de aprovechar la histórica visita para destacar la imagen de Japón como "víctima de la guerra", minimizando su papel como agresor en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, no importa qué ilusión estén organizando Washington y Tokio, la visita de Obama a Hiroshima no debe ser utilizada como una oportunidad para blanquear las atrocidades de Japón en la II Guerra Mundial.
La muerte de civiles japoneses en el ataque con bomba atómica en Hiroshima merece las condolencias de todo el mundo, pero la tragedia se atribuye a los propios hechos de Japón. Su Gobierno militarista de entonces convirtió la ciudad en cuartel general militar, sede de arsenales y campamentos, y en una parte vital de la maquinaria de guerra que asesinó a decenas de millones de personas en otros países.
Por lo tanto, Hiroshima no debe utilizarse como una carta en el juego político. En cambio, debe servir como un recordatorio triste de las atrocidades que los Gobiernos son capaces de infligir a personas inocentes tanto en su país como en el exterior, y como una fuerte advertencia contra la guerra nuclear.
Para evitar una repetición de la tragedia de Hiroshima, es aconsejable que Japón aprenda de sus errores pasados y nunca se embarque de nuevo en una ruta militarista.