A pesar de carecer de poderes ejecutivos, el rey es considerado como un símbolo de unidad en el país que tiene una persistente división entre sus comunidades holandesas y francoparlantes. En particular, desempeñó un papel mediador para resolver el atolladero en el Parlamento del país en 2010 y 2011, cuando Bélgica estuvo sin gobierno durante un período récord de 541 días.