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80 años de las mayores barbaries
Personas visitan la exposición "Por la Liberación Nacional y la Paz Mundial" en el Museo de la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa en Beijing, capital de China, el 8 de julio de 2025, para conmemorar el 80.º aniversario de la victoria en la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa y la Guerra Mundial Antifascista. (Foto de Weng Qiyu/Diario del Pueblo digital)
Por Marcelo Muñoz
En estos días recordamos los 80 años de una de las mayores barbaries de la historia: las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Y, sin embargo, esta conmemoración pasa casi inadvertida, eclipsada por la inmediatez informativa de otras tragedias actuales.
Se nos invita a comparar atrocidades, pero lo verdaderamente necesario es reflexionar sobre el pasado y sobre lo que aún no hemos aprendido. Ocho décadas después, seguimos recibiendo la historia en versiones mutiladas, contadas casi siempre por los vencedores.
Una guerra realmente mundial
Hace unas semanas, Europa celebró con solemnidad el 80 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Y, como tantas veces, lo hizo desde un eurocentrismo que deforma la memoria.
Porque la Segunda Guerra Mundial no terminó en abril de 1945 con la derrota de Hitler. Esa fue la conclusión de la guerra en Europa. La guerra mundial terminó el 2 de septiembre de ese mismo año, con la rendición de Japón y la firma de Estados Unidos, China, la Unión Soviética, Francia y Reino Unido, entre otros. Cinco meses en los que murieron millones más, se lanzaron dos bombas atómicas y en los que Asia siguió siendo el escenario principal de sufrimiento.
La guerra fue, ante todo, asiática. Y, sin embargo, hemos permitido que el relato occidental la reduzca casi a un conflicto europeo. Es una deformación peligrosa de la memoria histórica.
El sufrimiento silenciado de China
La Segunda Guerra Mundial dejó unos 80 millones de muertos, según las estimaciones más prudentes. Más de la mitad de ellos fueron en Asia. El país que más sufrió fue China: cerca de 20 millones de víctimas mortales, fruto de una invasión brutal que comenzó en 1931 y se prolongó hasta 1945.
La ferocidad del militarismo japonés dejó heridas imborrables. La masacre de Nanking, iniciada el 13 de diciembre de 1937, resume el horror: en apenas 42 días fueron asesinadas entre 250.000 y 300.000 personas. Mujeres, niños y ancianos incluidos. La violencia fue tan extrema que muchos historiadores la describen como un “holocausto asiático”.
Y, sin embargo, todo esto ha sido silenciado en la memoria occidental. Mientras los crímenes nazis han sido justamente denunciados en películas, novelas y tribunales internacionales, los crímenes del militarismo japonés han sido relegados al olvido.
¿Acaso existen categorías de víctimas? ¿Por qué los millones de muertos chinos, coreanos y asiáticos apenas figuran en nuestros libros de historia?
Recordar la verdad de aquellos años no es un gesto contra nadie. Es un acto de justicia hacia quienes dieron su vida y hacia las generaciones futuras, que merecen conocer la historia completa.
La barbarie añadida
Y cuando el horror parecía concluir, llegó la barbarie final: las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. En tres días se segó la vida de más de 250.000 personas, y se condenó a decenas de miles más a un sufrimiento prolongado por la radiación.
El debate sobre la necesidad de aquel acto sigue abierto. Muchos líderes aliados sostenían que Japón estaba ya derrotado por medios convencionales. Pero prevaleció la decisión de mostrar un poder de terror, de enviar un mensaje al mundo, y en particular a la Unión Soviética. La bomba fue, más que un arma militar, una declaración política.
Memoria y justicia
Hoy, 80 años después, mi voz se alza para reivindicar una memoria serena, pacífica y justa. Una memoria que no excluya a las víctimas asiáticas, que no olvide que China pagó uno de los precios más altos por la libertad del mundo.
No podemos permitir que el olvido se convierta en mentira, ni que los pueblos que más sufrieron permanezcan en la sombra. La historia universal no puede escribirse desde un único continente ni desde la visión de los vencedores.
Recordar es también comprometerse con la paz. Y por eso, en nombre de la memoria de millones de víctimas, afirmamos que nunca debemos aceptar que la barbarie se repita ni que se disfrace de civilización.
El autor es presidente de la Fundación Cátedra China y Embajador de Amistad con el Pueblo Chino.