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De Argentina a China: Reflexiones de dos periodistas argentinos sobre su vida en el gigante asiático
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Captura de pantalla de Clarín |
Nota del Editor: Hoy reproducimos las experiencias de dos periodistas de Clarín, Nicolás Mancini y Hernán Russo, que vivieron 8 meses en China, un país que avanza a pasos agigantados y donde el pasado milenario convive armoniosamente con un futuro en constante evolución. Aquí comparten los secretos de cómo adaptarse lo más rápido posible a la cotidianeidad de una sociedad vertiginosa, que avanza hacia el futuro sin olvidar el pasado. Esperamos que estas palabras, plasmadas con la sinceridad de quienes la experimentaron de cerca, ayuden a nuestros lectores a conocer una China más real.
El día a día en Beijing
Pekín es lo mismo que Beijing. Pekín es el nombre tradicional en español de la capital de China y Beijing es el nombre oficial de la ciudad según el pinyin, un sistema que utiliza el alfabeto latino para representar los sonidos de los caracteres chinos. En este artículo se usará >Beijing.
El primer día en Beijing uno se siente como un personaje de “Querida, encogí a los niños” o “Pequeña gran vida”, esa película en la que Matt Damon decide volverse chiquito para vivir mejor. La capital china es una ciudad a otra escala. Pongamos una relación de 3:1 respecto de Buenos Aires. A simple vista, los edificios son tres veces más grandes, las calles son tres veces más anchas y el recorrido de los subtes, tres veces más largos. Hay rascacielos que funcionan como brújulas. La China Zun Tower, por ejemplo, que se ve prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.
Aunque si de ubicación se trata, Beijing es una metrópoli muy amigable. Está dividida por anillos; desde el centro -la Ciudad Prohibida y la plaza de Tiananmén- se desprenden siete grandes avenidas circulares. Un gesto arquitectónico cargado de significado. Las bicisendas son tan anchas que entran dos coches; las veredas, tan anárquicas que en ellas conviven en una extraña e inexplicable armonía personas, bicicletas y motos eléctricas.
Beijing no se oye.Ni murmullos tiene. Y si hay ruido, es blanco. No se sabe si por los autos a batería o por la gente que camina ensimismada en lo suyo. Contrariamente a lo que dicta el imaginario popular, la ciudad por momentos se siente vacía. ¡Y eso que tiene 21,8 millones de personas! Fuera de los hutongs, esos barrios milenarios llenos de pasadizos y baños públicos que mantienen intacta la historia de la urbe, todo es tan amplio que hasta parece que sobra lugar. Esa también puede ser una de las causas de su silencio.
Beijing no tiene puntos ciegos. Las cámaras de seguridad cubren cada uno de sus rincones. Es una ciudad panóptica. Hay una lente en cada esquina, en cada comercio, en cada boca de estación, en cada pasadizo. Pero tranquilos: la costumbre opera en dupla con la memoria; la paranoia no dura más que dos o tres días.
En Beijing no existe la inseguridad. Se puede dejar una cartera abierta en el banco de una plaza durante durante una hora que a la vuelta estará en su lugar. A uno como extranjero le da la sensación de que no habita en la mente de los chinos la idea de que una persona pueda robarle a la otra.
Para disfrutar sin inconvenientes, lo recomendable es siempre llevar este "kit básico de supervivencia": teléfono celular, pasaporte y bicicleta.
1) El teléfono sirve para usar AliPay y WeChat, las dos apps multiuso que le son indispensables a cualquiera que desee pertenecer a la sociedad china. Todo lugar es accesible si uno tiene un lector de QR y dinero en cuenta a mano (si se adopta el estilo de vida de un pekinés promedio podrá almorzar por 5 dólares y viajar por apenas centavos. Si se quiere dar el lujo de beber vino sudamericano o comer quesos, pan francés o carne de vaca, ahí es otro tema).
2) La bicicleta es el mejor medio de transporte para moverse. La relación practicidad-economía es perfecta. Hay una en cada esquina y la ciudad está hecha para ellas. Una buena variante es el metro, transporte amigo, intuitivo para el extranjero y que alcanza prácticamente todos los centros neurálgicos de la capital. Si uno tiene apuro, viajar en DiDi no es una opción viable porque durante el día casi siempre suele haber mucho tránsito.
3) El pasaporte es el documento que todo extranjero debe tener sí o sí en su cartera. La policía no lo detendrá. Primero, por ser extranjero; segundo, porque su política es la de la pasividad. De ahí que los agentes usan guantes blancos como símbolo de no querer mancharse las manos. En caso de tener que conversar con un oficial no hay nada que el traductor no pueda resolver. Los pasamanos de teléfono entre pekineses y turistas son comunes.
De yapa, un “mini-diccionario esencial”: aprenda estas palabras clave y todo irá bien: xie xie (Gracias), ni hao (hola), bai bai (chau), yī( uno), èr (dos), sān (tres), Āgēntíng (argentino), Zhongguo (China).
Con estos consejos no hay dudas de que su estancia en la capital más veloz del mundo será un éxito. Sigamos caminando.
Tecnología que abruma: ¿Qué año es?
China puede fabricar todos los productos del mundo. En tecnología, cuenta con celulares propios, televisores propios, autos propios, IA propia. Todo de calidad. Es el segundo mayor inversor de ella en el planeta y desde hace años lidera la cantidad de publicaciones en revistas científicas indexadas.
En un año -2023- llegó a presentar más de 1,5 millones de solicitudes de patentes ante su oficina nacional. Y sus laureles no pasan desapercibidos en la cotidianeidad. Su red 5g, la más grande del globo, permite la conectividad en cualquier parte del territorio; su mercado de robots industriales, el mayor de todos, se traduce en una elevada velocidad de producción; sus coches eléctricos BYD ya superaron a Tesla en ventas globales; sus más de 1.000 startups de IA dan lugares a ciudades cada vez más inteligentes.
Si algún día los autos vuelan, en China lo harán primero.
Comer es más fácil de lo que parece
En China comer como un chino es lo más práctico. ¿Por qué esta aclaración que, a priori, puede parecer absurda? Porque si se emula la dieta del local todo es más fácil de conseguir y muchísimo más barato. Si se elige alimentarse a lo turista, comer una milanesa, tomar helado italiano o comprar hamburguesas se puede complicar. El tema es que el visitante pueda adaptarse bien a ello (la mayoría lo hace).
China es tan grande que tiene 8 (¡ocho!) tipos de gastronomías, algunas más o menos parecidas a la argentina. Ellas representan la cultura del país. Hay sabores de todo tipo: en Sichuan se encuentra la comida más picante (nadie podrá zafar de ello a menos que viva a base de arroz); en Cantón hay sabores amigables, carnes y técnicas varias (es la más conocida a nivel internacional y la más semejante a la latinoamericana); en Beijing abundan los platos refinados y los sabores del norte.
El arroz, el tofu y la sopa son la santísima trinidad de casi todas ellas. No faltan en prácticamente ningún plato. En la comida local no hay cronologías: el postre y el café llegan junto con la entrada y el plato principal.
Un argentino debe saber que no es tan fácil conseguir -como en Latinoamérica- quesos, vinos y carne de vaca. Pizzas, pastas y gelatos artesanales (no confundir con helados, que en China son como los de McDonald’s) asoman en las grandes ciudades, pero a veces son el triple de caros que los platos comunes. Vale aclarar dos cosas:
1) Mucha de la comida china que llega a Argentina está intervenida por la gastronomía norteamericana;
2) Obviamente, allá es todo con palillos.
Para pasar el rato
¿Cómo se divierten los chinos? Esa es una pregunta cuya respuesta es difícil de imaginar para cualquiera que no haya estado en China.
En el imaginario social occidental parecería ser que los chinos no tienen consumos culturales, y es lógico: a los cines argentinos y a las plataformas no llega ninguna película o serie de ese país. Lo mismo pasa con los libros y la música. En Buenos Aires, el único lugar en donde suenan canciones chinas es en los supermercados o en los bazares. Pero la respuesta puede que también esté en la cultura.
China tiene una industria del entretenimiento y sus ciudadanos realizan actividades de dispersión muy propias, tanto que la gran mayoría no cruza el meridiano de Greenwich. El ping pong, el jianzi (juego tradicional en el que los jugadores intentan mantener una pluma en el aire utilizando el cuerpo, generalmente los pies), el bádminton, el Tai Chi y las coreografías multitudinarias dominan los parques; el cine comercial histórico y las series de amor copan las pantallas; símbolos de la mitología local, con el Rey Mono a la cabeza, se cuelan en cada atracción turística; priman las bandas de música autóctonas por sobre los internacionales; las calles están atiborradas de locales de karaoke; la gente juega a la lotería más por ocio que por plata.
Los chinos, casi rindiéndole tributo a su yin y yang, equilibran su energía a través de estas expresiones.