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ESPECIAL: Prestar atención a Ivan Krylov en San Petersburgo

Actualizado a las 05/09/2013 - 17:21
Cuando los participantes en la cumbre del G-20 se reúnan esta semana en San Petersburgo, quizás no se den cuenta de que su grupo enfrenta una circunstancia descrita en este mismo lugar por el "Le Fontaine ruso" hace ya mucho tiempo.
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Cuando los participantes en la cumbre del G-20 se reúnan esta semana en San Petersburgo, quizás no se den cuenta de que su grupo enfrenta una circunstancia descrita en este mismo lugar por el "Le Fontaine ruso" hace ya mucho tiempo.

Trabajando sin un acuerdo previo, el cisne, el lucio y el cangrejo tiraban de su carreta cargada en direcciones opuestas, por lo que la carreta no se movía.

El trío del fabulista ruso trabajó toda su vida por hacer lo correcto, mientras que algunos participantes en la cumbre quizás esperen relajarse y ser sacados de sus dificultades por el llamado empuje colectivo de sus trabajadores colegas.

Mucho ha cambiado, si no mejorado, desde las dificultades financieras globales de 2008-2009 y el interés común está dando otra vez paso a los intereses individuales, conflictos que en cambio dan lugar más al desacuerdo que a un firme acuerdo dentro del G-20, supuestamente reunido para enfrentar las dificultades financieras a través de la coordinación y la cooperación.

La fragmentación, verdaderamente, está resurgiendo dentro del G-20, que une a las principales economías del mundo, tanto desarrolladas como en vías de desarrollo, así como a otras en el medio.

Los grupos de intereses o grupos iguales alzan sus diferentes voces dentro y fuera del grupo, como Estados Unidos solo más la Unión Europea, la eurozona, los países afectados por la deuda y las naciones ricas en recursos.

De esa manera, las cumbres movidas por los intereses individuales deberían ser diferentes y diferenciadas de las comunes impulsadas por las crisis, y en eso se disipa una posición unida, en que un creciente número de divisiones en temas políticos toma la delantera, temas como por ejemplo cómo debería emprenderse de manera efectiva la gobernanza económica y financiera multilateral.

La fábula de Krylov ha dejado suficiente espacio a la imaginación sobre que sucedería si tales condiciones y más.

Una de estas imaginativas líneas de pensamiento incluyen que pasaría si el cisne, el lucio y el cangrejo no pudieran llegar a un acuerdo sobre una dirección común.

Ahí esta el problema del G-20, que se ha estancado en quién dice qué y quién tiene mayor peso de decisión sobre qué se hace y qué no.

Precisamente al igual que sucede en las Naciones Unidas, este grupo que concentra a las 20 mayores economías del mundo debe hacer frente al problema de la sobrerepresentación y la subrepresentación a lo largo de sus esfuerzos por reformar al regulador financiero global, el Fondo Monetario Internacional (FMI).

A pesar de que los líderes acordaron en 2010 cambiar las cuotas desde países sobrerepresentados hacia países subrepresentados como una reforma principal del FMI, algunas de las mayores potencias económicas tradicionales temen que el cambio pueda afectar a su propio trozo del pastel para beneficiar a economías emergentes como los BRICS. Rusia, miembro de los BRICS, es anfitriona por primera vez de una cumbre del G-20. Tarde o temprano, llegará el momento a otros miembros del grupo de economías emergentes.

El crac de Wall Street y la crisis de la deuda en la eurozona, no obstante, han restado mucho crédito al dogma neoliberal que había dominado la condicionalidad del FMI y, por tanto, los interesados han exigido reformas para abordar no sólo la cuestión del desequilibrio a la hora de asignar derechos al voto.

Lo que debería haberse producido es la materialización del consenso dentro del G-20 en el sentido de que el FMI necesita una representación más equitativa en su junta ejecutiva y la posibilidad de conceder préstamos con mayor flexibilidad y mayor poder de decisión en el proceso de regulación financiera y gestión de crisis financiera.

A pesar de que ya han quedado atrás los días en que las economías principales tomaban decisiones y adoptaban medidas con repercusiones globales sin consultar con aquéllos que iban a sufrir las consecuencias de las mismas, la materialización del cambio de representación tanto dentro como fuera del G-20 todavía va a necesitar más tiempo.

Se trata de un proceso que lleva largo tiempo, probablemente no debido a la dificultad del mismo, sino a la forma de pensar de cada uno de los intereses individuales y colectivos.

El cisne, el lucio y el cangrejo de Evan Krylov podrían haber obtenido mejores resultados si hubieran recapacitado sobre cuáles de sus intereses tendrían que haber sido cubiertos por ellos mismos y cuáles podrían haber sido compartidos con uno o más de sus colegas antes de intentar tirar de la carreta.

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